Agradecemos a Guillermo Busutil el emocionante discurso de presentación del libro «Desahuciados. Crónicas de la Crisis»:
La crisis se ha convertido en nuestros zapatos. Cada mañana, uno se la pone o se la calza, según el deseo, según el desánimo, y se la quita al llegar la noche. A esa hora, es cuando la crisis huele a pies doloridos y cansados, a pasos perdidos, a calles con número clausus, a la soledad descalza sobre el piso frío de la realidad del presente que se ha vuelto en contra de lo que cada uno soñó como futuro. A esa hora, uno pude echar cuentas de cuántos kilómetros de crisis lleva recorridos o si son las horas las que han pasado de largo por la cuneta donde somos un kilómetro parado, un kilómetro roto. La crisis da para varios poemas de resistencia al estilo Benedetti; para un manual de instrucciones cortazarianas; para un crematorio de esperanzas a lo Chirbes o para un puñado de poéticos cócteles-molotov a lo Maiakovski. La crisis, ché, da para mucho hoy y para mañana tan poco, que diría un argentino del corralito.
Ese diminutivo crack de la crisis, trompazo inesperado y sin nadie que respondiese: qué boludo, se llevó nuestra plata y la identidad que fuimos. Un corralito que me recuerda por pequeño y airado este libro de Desahuciados que encontraron en la palabra, en la escritura, una manera de negociar la esperanza y su hipoteca. Un libro que contiene cincuenta y cuatro informes de una página (el lenguaje también hay que economizarlo) y cuarenta y tres actas notariales en imagen. La suma de estas 43 ilustraciones y los 54 textos nos arrojan a la cara un total de noventa y siete tipos cero que representan las voces y los rostros de la crisis reunida en estas crónicas. Y digo tipos cero porque ya se sabe que la protesta no sube el interés de los políticos y porque a los artistas les han recortado los anticipos y es probable que ninguno haya visto un euro.
En cualquier caso, ninguno de ellos ha participado para salir de la crisis. Para eso se juega a la lotería o en lugar de un libro de minirrelatos se escribe un libro como el de Bárcenas. Ellos, al igual que escritores de la talla de Isaac Rosa, de Rafael Chirbes, de Ricardo Menéndez Salmón, entre otros, han querido abarloar la literatura a la realidad que nos asfixia, que nos ha endeudado el ánimo y recortado la talla de la esperanza. Por eso, este libro es de bolsillo, un acierto, está claro, aunque ser pequeñito no quita que sean grandes las voces que contiene y que buscan denunciar, caricaturizar y encañonar la difícil situación que vivimos.
Es curioso, ahora que lo pienso, la primera vez que vi a Rafael Caumel y que presenté otro libro de Vagamundos, Traspiés, fue con uno de la misma colección que se titulaba Perversiones. Ninguno de aquellos autores ni tampoco yo abordamos entonces que la crisis es la mayor de las perversiones porque en ella se dan a la vez el fetichismo, el exhibicionismo, el voyeurismo y el sadomasoquismo. Sí, sí, piénselo detenidamente, verán cómo la crisis es todos estos ismos o los contiene. Resulta curioso que de nuevo sea yo el que está frente a ustedes, alguien nada sospechoso de perversidad ni de estar desahuciado o en crisis. De hecho, hasta tengo la voz en construcción, algo raro en esta época poco enladrillada, por eso les hablo así, con la voz sin rematar del todo, a falta del alicatado final. Pero volvamos a estas piezas de perfecta relojería en su mayoría, en las que encontrarán ejecutivos que guardan el orden de la cola del suicidio -como nos cuenta Ricardo Álamo-; a indigentes que visten la ropa de lo que fueron y son al reflejarse en ellos, según sugiere José Antonio Francés; antiguos propietarios de un piso a los que Care Santos oculta en la supervivencia de un balcón a las afueras de lo que fue su hogar; portales que desaparecen y obligan a Ginés Cutillas a errar por la calle con las llaves en guardia por si de repente aparece la puerta de entrada que en realidad es la puerta de salida. Sabrán lo importante que es la sombra acogedora del fresno al atardecer y bajo la que Ada Valero poéticamente refugia la esperanza y su fuga, la culpa y la liberación. Página a página se cruzarán con calles en las que llueve con violencia, con sombras consumidas, marcas blancas y ofertas de supermercado que estiran un mes sin final, sonámbulos que le sacan provecho a la situación -porque Mercedes Molina quiere que, en la crisis, no falte el humor-. Conocerán los rostros de las relaciones de dependencia, los miedos, las renuncias, equivocaciones y los amores de conveniencia o amores perdidos antes de viajar al paraíso. En este andar con zapatos por la crisis -a la que echarle mañana media suela- no faltará desamparo, ternura, reflexiones y el traspiés con el que aprenderemos que es necesaria la literatura, la inteligencia emocional para convertir en ternura la falta de presupuesto -que hermosa esta pieza de Ángeles Escudero- , que el sabor a melón es la tentación de al lado, que nos coloca Nieves Pérez, que la crisis también recorta el amor en forma de cómic, qué bonito Eugenia Carrión, o si no es mejor, como cuenta Saleh Es Sinawi, ser abducido para demostrar que la única manera de encontrar empleo es siendo marciano.
Cada una de estas ilustraciones y cada uno de estos textos es un daguerrotipo de este presente en blanco y negro, un par de zapatos que cada mañana nos hará decidir si nos los calzamos para la batalla o para huir pies en polvorosa. Un par de zapatos con los que dirigirnos hacia un horizonte donde la crisis se recorte atrás, a lo lejos, mientras miramos de frente la vida a la altura de los ojos. Pero mientras llega ese momento, no dejen de refugiarse en los libros, de vacunarse con ellos, de llevarlos encima como un salvoconducto para cualquier frontera. Porque en estos tiempos, como escribí hace poco en una de mis columnas de prensa, de la que algunos de mis amigos y compañeros dicen que es la quinta, no podemos dejar que nos desahucien de leer. Y de escribir, tampoco.
Gracias.
Guillermo Busutil