Hasta no hace mucho las mujeres carecían de memoria, solo los hombres escribían autobiografías o confesiones íntimas; tampoco parecía que tuviesen opiniones sobre el sexo y estaban excluidas de la política. Salvo excepciones anteriores, a partir de la década de los cuarenta la literatura se convirtió en un espacio donde la memoria y la escritura se encontraron para dar una voz diferente a las mujeres: enseguida desenmascararon sumisiones y prohibiciones. Annie Ernaux, como todas las escritoras singulares, fue y continúa siendo celebrada por la mayoría de lectores inquietos, aunque también denostada por los que se escandalizan con sus obras desgarradoras y explícitas.
Annie Ernaux (1940) ganó el prestigioso Premio Renaudot con La Place, cuenta con numerosos lectores en el mundo anglosajón y su obra es permanentemente estudiada en las universidades de Estados Unidos. Sus novelas alcanzan los tres millones de ejemplares vendidos (en su tiempo, Pura pasión se midió en competencia comercial con El amante, de Marguerite Duras). Con Pura pasión, junto al resto de sus novelas, se convirtió en una autora de culto en Norteamérica y Europa. En España, aparte de algunos admiradores o curiosos, y debido a la manipulación de los intereses de los lectores por indeseables discriminaciones editoriales, es, infortunadamente, poco conocida.
Cuando la escritura es el resultado de la exploración personal, necesita evitar el pudor; así debió entenderlo Ernaux en Pura Pasión, después de ver sin descodificador, con la pantalla borrosa y llena de líneas, una película X en Canal+: «Me ha parecido que la escritura debería tender a eso, a esa impresión que provoca la escena del acto sexual, a esta angustia y a este estupor, a una suspensión del juicio moral». Ernaux no cuenta una relación en su breve novela, no narra una historia acudiendo a su cronología; relata lo que sentía: las obsesivas presencia y ausencia de su amante. No quiere explicar su enfermiza pasión sino, sencillamente, exponerla, («Me interesa escribir para hacer visibles las cosas, no para embellecerlas. Y a cierta distancia, sin juzgar»). Lo que describe es su vivencia del placer como un dolor futuro, un nuevo dolor que probablemente atenúa dolores antiguos. Limitando sus horas a la espera de una llamada telefónica del amante o recuperando sus gestos para sublimarlos, construye su historia pasional, en la que poco tiene que ver el hombre al que ama. Al depositar obsesivamente todos sus deseos en él, esconde y evita angustias pretéritas: la de su infancia (La vergüenza), su decepción matrimonial (La femme gelée), los celos (La ocupación) o el aborto anhelado (El acontecimiento).
A través de su escritura en Pura pasión, alcanza una lucidez dolorosa: «He descubierto de lo que uno puede ser capaz. De deseos sublimes o letales, falta de dignidad, creencias y comportamientos que tildaba de insensatos en los demás, hasta que yo misma recurrí a ellos». «Yo tenía el privilegio de vivir desde el inicio, constantemente, con plena conciencia, lo que siempre acaba por descubrirse con asombro y perplejidad: el hombre al que se ama es un extraño». O bien: «No me considero un ser único, sino el resultado de una suma de experiencias y determinaciones sociales, históricas y hasta sexuales».
Las novelas de Annie Ernaux no suelen estar disponibles en la mayoría de las librerías: los libreros acostumbran a pedirlas a las editoriales cuando un extraño lector las demanda. Quizá alguno de sus títulos, por sorpresa, pueda encontrarse bajo las pilas de best-sellers que ofertan con entusiasmo.